En los días de agosto, la playa se vuelve bulliciosa. Los niños corretean y gritan, jugando con el mar. Huele a tortilla de patatas y bocadillos fríos que son devorados por pequeños labios mojados, morados y tiritantes. Las conversaciones se entrecruzan formando enormes redes de palabras y algunos oídos, ignorándolas, cierran los ojos en su tumbona por si consiguen robar algún sueño. Las pelotas, con su tictac arrítmico, alteran el compás del tiempo. Todo es desorden.
Al caer la tarde, todos se van felices. Pero el mar, mirando la playa solitaria, se desploma exhausto en su sofá de arena y dice: “¡Ufff, por fin! Mañana recogeré todo esto.”
Carmen Mateos
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